domingo, 16 de mayo de 2010

GAFAS DE LETRAS Y DE LIBROS

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Leo:

"A veces, como ahora me sucede, no encuentro tiempo para escribir, ya que si tengo que elegir, prefiero dedicar mi tiempo libre a leer"

¿Para qué y por qué leemos? ¿Cuál es la razón de esta pulsión? ¿Podemos contemplar la belleza de este mundo sin necesidad de gafas construidas de letras y de libros?

Son preguntas que me formulo habitualmente.

“Mi compulsión a la lectura me lleva a leer sin ningún esfuerzo y me concentro en ello, incluso, en lugares ruidosos"

¿Es acaso un escape la lectura; una cápsula espacial? ¿De qué escapamos; de la percepción de finitud, de la condición humana, esto es, de la soledad constitutiva y sin respuestas que nos define como hombres; o quizá del absurdo de nuestra propia existencia?

Toda vez que decimos leer nos referimos a un texto impreso en papel o digitalizado en un plasma, con signos que significan los objetos de nuestro mundo exterior pero ¿Es el texto escrito el mundo exterior? ¿Es el único texto?

Los semiólogos definen a la realidad como un texto, quizá el más importante, que demanda de un lector para significarlo o volverlo a escribir.

El libro impreso nace de la lectura de ese texto fundante, originario, de ese protolibro llamado realidad, y cuyo autor es inaccesible a la finita condición humana. Es un libro gordo, infinito como la biblioteca de Babel, cuya lectura se disfruta o no en cada página o espacio en que se abre, sean estos ruidosos, sean estos calmos.
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En los primeros se descubren significados que en el texto escrito no florecen con la misma intensidad pues los hechos de la realidad hablan por si mismo, sin intermediarios. .
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De sus lecturas se confirma la sospecha, harto denunciada, de que el hombre actual es un absurdo existencial que representa su rol impuesto con absoluto desparpajo y vacuidad. Al decir del conde Paul York von Wartenburg en su carta a Dilthey: "el hombre actual, el hombre a partir del Renacimiento, se encuentra ya listo para que lo entierren".

En los segundos, en los espacios calmos, se descubren, entre otros significados, los que expresan nuestro destino trágico; la inutilidad de toda fuga.
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Es lo que sucede, por ejemplo, cuando en una sala de espera vemos aproximarse a una anciana con sus brazos extendidos, adivinando a cada paso los obstáculos que debe superar a raíz de su miopía fulminante, mientras los otros, los pacientes lectores, cómodamente ubicados, continúan con sus habituales lecturas de papel y signos virtuales.

¿De qué sirven entonces las gafas permanentes hechas de letras y de libros cuando somos analfabetos para otras lecturas de múltiples textos y contextos, que a nuestro alrededor se muestran, nos golpean, nos sacuden, nos llaman, y que son la matriz del sentido en donde la letra escrita es tan sólo un epifenómeno de los tantos como autores somos?
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Río Gallegos, 16 de mayo de 2010
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2 comentarios:

Antonio Misas dijo...

Te vas a volver loco con tanta reflexión profunda y puede que hasta encuentres la verdad, porque reflexionas bien.
Yo me he acostumbrado a leer y a escribir en lugares ruidosos, es más prefiero el ruido de fondo, no tengo que abtraerme del mundo y concentrarme en la lectura o la escritura, quiero que me acompañe, el ruido y el mundo para saber que sigo vivo, no me identifíco nunca con lo que leo prefiero mirarlo desde la ventana del narrador, así que, adoro el "ruido y la furia".

Un abrazo... ¡Genio!

Anah dijo...

Somos, solo porque leemos dentro del ruido del mundo, por que sin referente el sentido es mentira y escribimos solo cuando duele lo suficiente para hacerlo, leer es placer; escribir es el castigo del cual siempre si se puede, se huye.