miércoles, 12 de mayo de 2010

EL YO TRANSMUTADO (O de las identidades múltiples)

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Camino por una de las principales arterias de la ciudad donde los distraídos circunstantes se entrecruzan y dispersan con la dinámica propia de los que habitan las grandes urbes.

Veo en ellos las múltiples representaciones de un yo genérico, los yoes que cohabitamos; tal vez los que pudimos ser, o los que probablemente fuimos. Un yo genérico que se muestra en todas partes y en ninguna; que siente, observa y vive de tantas maneras como tantos existentes somos.

La masividad me ahoga. Me molesta.

Demoro mis pasos al ver en las miradas que me observan un dejo de extrañeza. Me pregunto: ¿No será que lo extraño es la mirada, el horizonte de sentidos, el marco de referencia?

Súbitamente una percepción me paraliza. Mi yo se diluye, se transforma en los otros, en los tantos que comparten este instante: mi yo y el nosotros se confunden; el tiempo y el espacio cesan. Las escenas se desplazan como en sueños.

Inmóvil, veo a un escarabajo en mis botines manchados. Veo a un mendicante que arrastra sus pasos, a una mujer sentada con sus brazos extendidos, a dos caballeros en la esquina rosada: vitales, decididos, que conversan con gestos distendidos y cordiales…

A todos ellos observo.
En todos ellos me veo.

Mis pensamientos se aquietan y se esfuman. La individuación se diluye por completo. Mi yo desaparece; me siento inmerso en la unidad primigenia donde el conflicto latente no se expresa (Sócrates se haya a 2 millones de años vista, allí donde las aporías encuentran su caldo de cultivo).

Por un instante, y sin saberlo, soy el genérico, el que juega su rol en cada círculo de retornos eternos, contenidos en un devenir lineal e infinito.

Porque soy ese escarabajo.
Ese mendicante.
Esa mujer sentada.

Ese caballero de la esquina rosada.

Porque los soy sin saberlo; y ya al saberlo no los soy.

(¡Y pensar que fue Sócrates quien comenzó!)
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Río Gallegos, 12 de mayo de 2010
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