jueves, 8 de julio de 2010

"SUB SPECIE AETERNITATIS" (O desde al ángulo de la eternidad)

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A los quince años mis padres me enviaron, desde mi paupérrimo pueblo de provincia, a un colegio público de una gran ciudad. Era un muchacho de campo tímido, solitario e inocente.

El impacto que este brusco cambio produjo en mi sensibilidad, marcó a fuego mi carácter. Parecía una mascota extraviada por sus dueños en medio del tumulto callejero. La soledad, el aturdimiento y la melancolía, propia del desarraigo, definían mis sentimientos: eran mis compañeros de jornada.

Para recuperarme de estos estados anímicos y no caer víctima de la desesperación o del desasosiego, y aún del suicidio, apelaba a un juego de ensoñación y reflexión, que me resultaba de gran ayuda. El truco era el siguiente:

Sostenía sobre la palma de mi mano, y a cierta distancia, una naranja, e imaginaba que se trataba, en realidad, del planeta tierra. La miraba concentrado y me decía:

No es más que un planeta —y yo tan sólo un átomo distraidamente caído sobre él en circunstancias desconocidas y misteriosas— planeta que gira, entre otros, alrededor de una estrella pequeña, una de tantas, que por miles conforman nuestra galaxia…”

Y continuaba “…la que comparte el espacio inconmensurable, con cúmulos y supercúmulos de galaxias, desde hace miles de millones de años, siendo Andrómeda la más próxima: ¡Dos millones de años luz de distancia!”.

Y así, sentado, inmóvil, con el brazo extendido, reflexionaba sosteniendo la naranja con mi mano. Parecía, a la vista de cualquier espíritu sensible, una escultura de Rodin que irradiaba infinitud; que percibía la inconmensurabilidad del universo; que tomaba escala de su real dimensión cotidiana.

A partir de esos instantes experimentaba como absurda y desmesurada toda preocupación finita, propia del fragmento encerrado en el fragmento, desvinculado de la totalidad, del misterio divino, infinito, eterno, que involucra a todo lo creado.

Sentía la liviandad danzarina de quien volcaba su pesada carga en el basural del sinsentido, del absurdo, del rasante vuelo.

Era suficiente este simple recurso reflexivo para que regresara la alegría a mi inocente rostro quinceañero.

(Oh, sagrada inmensidad, sagrada eternidad. ¡Sagrada finitud! que permites apreciar la belleza de este mundo!)

Río Gallegos, 09 de julio de 2010
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6 comentarios:

Siloe_ Sombra dijo...

Un bonito recurso, aunque tu lo utilizaras en tu adolescencia, yo lo utilice y sigo utilizandolo, acompañado de buena musica... eso sí.
http://www.youtube.com/watch?v=2-I-BhaiTzw
Espero te guste.
Reme.

Luis dijo...

Hola Reme:
Un bonito tema musical; y muy conocido. Aunque, en este asunto que nos ocupa, yo prefiero que sea el silencio el principal protagonista.
Gracias por tu comentario
LH

Antonio Misas dijo...

Luis,

Me parece alucinante el ejercicio de la naranja. Creo que jamás se me podría haber ocurrido. Yo a esa edad todavía tenía vida interior y ni siquiera me planteaba que yo era parte del universo y menos que podría refugiarme dentro una deliciosa fruta para llegar a tan magníficas divagaciones que pudieran salvarme de lo peor. Es brillante.

Fuerte abrazo

Luis dijo...

Antonio:

Existen hechos increíbles. Historias humanas que desalientan cualquier pretensión de trascendencia o grandeza que uno pudiera incubar.
Por ejemplo:

F. Nietzsche a los 27 años escribió esa obra extraordinaria que tituló "El origen de la tragedia a partir del espíritu de la música"

Johann Wolfgang von Goethe, a los 5 años ya sabía hablar y escribir en griego, inglés y francés.

Alfred Henry Heineken, habló casi desde su nacimiento. A la edad de TRES años sabía latín y francés, además de su lengua madre.

Mozart, comenzó sus estudios musicales a los 3 años

Beethoven dio su primer concierto a los 8 años.

Jorge Luis Borges, a los siete años, redactó en lengua inglesa un compendio de mitos griegos y tradujo “El príncipe feliz” de Oscar Wilde.

Por sólo mencionar algunos casos…

Recomenzar dijo...

bellas palabras siembras para que nosotros leamos y mientras te leo bailo on las tuyas al compaa de un tango

Luis dijo...

Recomenzar:
Ahora que lo pienso, el tango tiene mucho para decir en relación con esta angustia existencial a que nos vemos sometidos los humanos. Angustia que de algún modo se ve atemperada, como intenta señalar mi escrito, si tratamos de "verlo todo desde el ángulo de la eternidad" ("Sub specie aeternitis")

Gracias por dejar tu comentario.
LH