jueves, 30 de abril de 2009

EL LENGUAJE...

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Es nuestro lenguaje un medio de comunicación que habla por nosotros a su modo. No tenemos control sobre su significación última, la que es ajena a la esencia, sin límites precisos, que deseamos transmitir. Casi se diría que es como un has de luz que se irradia desde su centro y se diluye en el espacio infinito. De allí que nunca estaremos conforme con lo que el lenguaje significa por nosotros
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A veces decimos que no somos nosotros los que hablamos a través del lenguaje sino que es el lenguaje el que habla por nosotros.
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A veces decimos que el lenguaje, una vez expresado, vuela con vuelo propio; que ya no nos pertenece, ni nos representa, porque habla por nosotros con una significación que le es propia y habla además por lo que supuestamente fuimos y no por lo que categóricamente somos al devenir en otros (Como el río hercaliteano que nunca es el mismo río).

A veces decimos que el lenguaje es un arma peligrosa, quizá la más peligrosa de todas, y que, como tal, no debería permitirse su uso indiscriminado por el daño que produce al utilizarse indebidamente. Pero el lenguaje, paradójicamente, no tiene control, ni exterior, ni, generalmente, interior (autocontrol).

A veces decimos que el lenguaje responde al magma significante de la cultura o de la institución de la sociedad que la representa: a sus valores (en nuestro caso “Occidental y Cristiano”); que responde a su historicidad.

A veces decimos que la carga axiológica que conlleva —porque en última, o primera instancia, el lenguaje es axiología, valores—, es una forma, una de las tantas de organizar el caos, el abismo sin fondo que subyace en nosotros, y que nunca será comprendido, aprehendido, ni domeñado. Sí encubierto.

A veces decimos que la Axiología es una ficción creada por la cultura instituida para darle certeza a la incerteza, cosmos al caos, sustancia al vacío: un engaño necesario para la vida, un pacto de convivencia entre los hombres para sentirse seguros sobre un terreno que no lo es; sobre una cáscara de nuez que navega a la deriva sobre aguas turbulentas en un río tormentoso. De allí la relatividad de toda verdad, de toda certidumbre, de toda seguridad, de todo imperativo categórico kantiano.

A veces decimos que se le debería exigir lucidez a quienes, de algún modo, tienen responsabilidad sobre el lenguaje y sus valores (o ficciones), para que sobrevuelen por sobre él, como el águila solitaria que todo lo ve y lo comprende desde las alturas de la significación “de la significación”. Esto los alejaría del engaño y de la Hybris, tan temida por los sabios griegos.
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Ahora bien, lo que sí siempre digo es que todo escrito autoreferencial como es el caso de este, es —a pesar de su aparente coherencia— paradojal y esconde contradicciones y aporías irresolubles.
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Río Gallegos, 30 de abril de 2009
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3 comentarios:

Álvaro Ancona dijo...

El tema del lenguaje como motor indiscutible de la lectura me apasiona. Prometo regresar para comentar con calma.

Álvaro

Álvaro Ancona dijo...

Fe de erratas:

quise decir: motor indiscutible de la cultura, pero mi descoordinación entre la velocidad de los dedos y la del cerebro me derrotó una vez más.

Luis dijo...

Álvaro:
De las dos maneras resulta cierto. Como motor de cultura-escritura. Y también de Belleza.
(Sólo por hablar de los aspectos positivos del lenguaje)
Seguiremos comunicándonos vía este medio maravilloso, mágico...